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miércoles, 20 de septiembre de 2006

"Es el primer indicio de que podemos cambiar el planeta no sólo para mal, sino para bien"


Agujero de ozono: afirman que se habría detenido su crecimiento

Un panel de expertos estima que en 2050 habrá recuperado el nivel de los años 80

Es oficial: el "agujero de ozono" en la Antártida se va estabilizando. Medido tanto por su alcance geográfico como por su gravedad, este formidable rasgón en la cubierta gaseosa que protege a la vida terrestre de la radiación solar ultravioleta (UV) parece no seguir agrandándose. Y se espera que se cierre a lo largo de este siglo.

De igual modo, la capa de ozono también ha dejado de deteriorarse. Se cree que se irá restableciendo hasta alcanzar, en 2050, los niveles de los años 80, cuando su erosión empezó a notarse y medirse por primera vez. En cambio, el "agujero" antártico hará lo propio sólo entre 2065 y 2070.

Esto lo afirma el informe de 2006 del Panel Asesor Científico (SAP, según sus siglas en inglés), organismo internacional que monitorea este fenómeno que hace 20 años se volvió la amenaza más urgente dentro de ese abanico de alteraciones geofísicas graves llamado cambio global. La noticia la adelantó la ingeniera Susana Díaz, investigadora a cargo del Laboratorio de Ozono y Radiación Ultravioleta del Centro Austral de Investigaciones Científicas (Cadic).

Díaz presentó recientemente los hallazgos en Ushuaia, durante la presentación del Año Polar Internacional (API 2007/8). Con 10.000 investigadores de 50 países y un presupuesto de 1000 millones de dólares, el API es el máximo esfuerzo científico de la historia para conocer los rumbos del cambio global. El informe completo del SAP será presentado públicamente a fines de año. Según ese texto, la humanidad acaba de lograr su primer éxito en materia de administración racional de una biosfera en crisis. "Acabamos de demostrarnos que podemos revertir nuestros propios megadesastres", dijo Díaz.

Si la depleción mundial de la capa de ozono fue obra de más de medio siglo de contaminación de la estratosfera con gases industriales de tipo CFC (clorofluoruros de carbono), su recuperación surgió del Protocolo de Montreal, firmado en 1986. El documento prohibía la fabricación y emisión de CFC: gases imprescindibles para industrias como la del frío, que han sido sustituidos progresivamente por otros gases.

Víctimas de los CFC

La capa de ozono se encuentra entre los 15 y los 50 kilómetros de altura, donde las moléculas de oxígeno, formadas por dos átomos, se disocian por el impacto de la radiación UV del sol y se reordenan en moléculas más inestables, formadas por tres átomos. Ese es el famoso ozono que, en la estratosfera, absorbe UV dañino y lo reemite en forma de la radiación más inofensiva.

La capa empezó a deteriorarse en 1930, cuando la industria adoptó los CFC, una compleja familia de hidrocarburos fluorados y clorados artificiales. Una de muchas virtudes de estos "freones" y "gases de las heladeras" era su enorme estabilidad química. De modo que al escaparse por evaporación de las heladeras en desuso no contaminaban. O eso se creía.

Fue un error: la estabilidad química de los CFC hizo que a lo largo del siglo XX millones de toneladas de freones fueran migrando sin alteraciones desde la troposfera -la capa inferior de la atmósfera- hasta la quietud de la estratosfera, que empieza a los 12 kilómetros de altura. En ese ambiente es donde los CFC, golpeados por la luz UV, literalmente escupen cloro en forma de radicales libres de óxido de cloro. Y cada uno de estos radicales de cloro puede destruir unas 300.000 moléculas de ozono.

Esto pasó de sospecha académica a comprobación flagrante entre 1985 y 1987, cuando se confirmaron caídas estrepitosas del ozono en la Antártida. Una serie de circunstancias estrictamente locales estaban haciendo que la Antártida "sobreactuara" un fenómeno por demás global.

Durante el invierno, este continente queda rodeado de una muralla de vientos huracanados que aísla la atmósfera local de la del resto del planeta. En ese encierro, los niveles de CFC se concentran en la noche invernal. En primavera, cuando sale el sol por primera vez en meses, la luz UV golpea las moléculas de CFC, que empiezan a liberar cloro y a destruir el ozono.

Dado que el agujero antártico es sólo la expresión hiperaguda de un fenómeno mundial, la verdadera noticia es que, gracias al acuerdo de Montreal, la cantidad de CFC en toda la estratosfera planetaria extrapolar se estabilizó. Lentamente, si no se incurre en nuevas emisiones, la protección anti-UV de todo el planeta irá volviendo a sus niveles de los años 80.

Artículo publicado el 20/09/06
Por Daniel Arias
Para LA NACION